jueves, 6 de febrero de 2020

MÚSICA Y TRAGEDIA CÓSMICO-HUMANA


MAHLER,UNA VEZ MÁS

Sí, una vez más, y otra y otra. Y debo aclarar esta afirmación categórica. Tengo archivados unos cuantos escritos sobre Mahler, su música y el singular significado de raíz psicológica y existencial de esa música. Ninguno de esos escritos se ha asomado a este blog, como hoy lo hago con el más reciente. La tal abundancia de referencias se debe a que Mahler es inagotable en su riqueza y amplitud expresiva. 

Ahora estoy en su 6ª, la sinfonía trágica, en retransmitido concierto de la Orquesta Nacional de España en un domingo de febrero, que me despierta no sólo sensaciones sino 'ocurrencias', reflexiones. Esta sexta sinfonía, con la, para mí, inevitable referencia al mundo trascendente -como, por ejemplo, el de los salmos-, tiene rasgos de absoluteidad inabarcable, un ámbito donde resuena la Voz, la Suprema, que nos llega desde un Más Allá enigmático, incógnito y rebosante de misterio. Y ofrece tales resonancia junto a las mucho más evidentes del dolor y el drama del ser humano. Pues la delirante música -si exceptuamos el sublime adagio- evoca de modo velado a aquel mundo trascendente y su misteriosa inmensidad densa, inefable, y, al mismo tiempo, terrorífica, abrumadora, aplastante, admitámoslo hasta que podamos verla cara a cara y no en este espejo empañado y manchado que es el mundo que se nos ha dado a vivir. 

A este asombroso y contradictorio mundo le va  como anillo al dedo la música de Mahler. Este visionario iluminado, al que se le concedió explorar los más innumerables y diversos ámbitos existenciales, tanto cósmicos como humanos, excelsos y espantosos en sus más diferentes e imprevisibles niveles, este inventor de inusuales sonoridades es un ser privilegiado, que nos ha ofrecido en su música la expresión más acabada que conozco de la tragedia de la Creación y la Humanidad (acaba de concluir, con su característico  y tremendo mazazo final, esta sinfonía, en una versión espléndida, y nos ilustra el locutor de la enorme cantidad de músicos que integra hoy la plantilla de intérpretes, -más de cien, con, por ejemplo, ocho trompas, diez contrabajos y una reduplicación pasmosa de todos los instrumentos, algo que sólo se da para la música de Mahler).

Estaba expresando la impresión de esta sinfonía y la excepcional genialidad creativa de este compositor, que, decía, ha explorado y hasta 'buceado', los más insospechados ámbitos existenciales del individuo y la humanidad global. La Creación, el Cosmos y, sobre todo, la enorme, misteriosa e inabarcable magnitud de la realidad humana, que, tal vez en Mahler como en ningún otro artista, ha sido 'exprimida' de modo tan absoluto. Se me ocurren dos nombres de cimas supremas del genio humano, cuya insuperable creatividad puede ponerse al lado de este músico, si nos referimos al aspecto de la expresividad del mundo humano. Son Dante y Miguel Ángel. Los dos genios florentinos nos conducen, mediante sus obras máximas -en Dante, la Divina Comedia, pero en el genio del espacio y la plástica hay que contemplar toda su inmensa obra escultórica, arquitectónica y pictórica-. La potencia, el empuje expresivo, la riqueza de matices humanos detectados, explorados y expresados en las obras de estas dos ´terribles´ eminencias de la literatura y las artes plástico-espaciales, tienen parangón con las creaciones musicales mahlerianas -aunque no puedo menos de recordar a Bach, si tenemos sobre todo en cuenta sus inmensas composiciones corales, las Pasiones y la Misa en si menor-.

En esta 6ª sinfonía, que califiqué de ´delirante´ en otro escrito, he experimentado, al escuchar la interpretación de hoy, el que podemos denominar 'espantoso' viaje de Dante y Virgilio por las oscuras, profundas y terroríficas simas y abismos infernales. 

Y, con Miguel Ángel, el escalofriante plano inferior del Juicio Final en la Sixtina: el pavor. los alaridos y el retorcerse de los condenados entre los anillos de las serpientes diabólicas; me ha surgido la imagen espontáneamente -es la primera vez que se me ocurre esta comparación-, al ir escuchando los espectrales sonidos y las chirriantes disonancias (como el estallido luminoso de una traca) que ofuscan el ánimo -aquí vienen bien los sonidos que chocan con el sentido de la belleza melódica-, me han venido a la memoria aquellas dos obras maestras del genio humano. 

Mahler, visionario del infierno, como se muestra visionario del cielo -¿encuentro de Dante con Beatriz?- en el maravilloso adagio de esta misma sinfonía, que quedaría como glosa de la sublimidad anhelada por el ser humano, pero malograda como expresa este movimiento final, por la dramática situación de ruina en que estamos sumidos hasta  acabar despeñándonos en la condenación (es inevitable, repito, y más con Mahler, la referencia trascendente).

Mahler, escrutador y avezado sondeador de la condición humana, se adelantó sin duda en la mayoría de sus obras a los dolorosos dramas que componen la trágica historia de la humanidad en el siglo XX (aunque se hayan dado también atisbos de grandeza y superación en varios acontecimientos a que dio lugar la toma de conciencia del horror de las dos guerras mundiales y las consecuencias aún perdurables de la tiranía totalitaria del marxismo en todo el ancho mundo -ante esto la barbarie nazi y sus horrores quedan ampliamente superados-).

La visceral y 'pugnante' aspiración a un absoluto de perfección carente de cualquier halo de vileza, mentira y suciedad (¿podríamos hacer alusión, en arte, al inefable fray Angélico?), junto a las hirientes violencias de la perversidad humana, tanto individuales como sociales (y aquí me acuerdo de las pinturas negras de Goya y de Picasso y el odio que rezuma en el segundosu agresiva degeneración del arte), son exploradas hasta una profundidad inusual e insospechable en una obra de arte musical, como son las sinfonías de Mahler. No tienen desperdicio, tanto como simples, o mas bien complejas, obras de música, como expresión de esa intricada y enredada trama existencial que es el ser humano y su dilatado mundo de anhelos, ansiedades y tragedias. 

Todo ese universo de límites ilimitados, valga el contraste, como la inmensidad del magma astrofísico que los modernos medios de investigación espacial nos descubren, se despliegan con una riqueza de matices y sonoridades, sublimes y espantables, como ningún otro compositor (¿mencionamos acaso a Shostakovitch?) ha conseguido plasmar en una realidad perceptible. Y, si cupiera escoger una sola de las sinfonías mahlerianas que sirva de muestra de la anterior apreciación, tal vez me quedara con esta 6ª, en la que su autor condensa esas diversas y contrastantes características: aspiración insatisfecha, ternura y espantoso abismo de condenada, temblorosa, infernal interioridad.

viernes, 14 de diciembre de 2018

NAVIDAD Y MÚSICA


LA NAVIDAD DE AYARRA.

¿Qué es esto?. Acaso, amigo lector, preguntarás: ¿A quién aludes con ese título un tanto enigmático? De la Navidad sabemos bastante, como tema religioso y motivo del arte cristiano, uno de los principales que han movido a los artistas, grandes y medianos, desde casi los primeros siglos, pero, sobre todo, a partir de los periodos bizantino y románico, para alcanzar el cénit en el arte gótico, renacentista y barroco. ¿Qué artista de cierto renombre se ha privado de representar las escenas navideñas en sus esculturas y lienzos? Y también en el supremo arte de la música, desde los cantos gregorianos a los grandes oratorios, Bach sobre todos, han compuesto obras excelentes estimulados por el misterio y el encanto del mensaje navideño, la encarnación del Verbo de Dios y su nacimiento como hombre, niño hijo de María Virgen. Pero, ¿quién es ese Ayarra, como para ocuparse de él en estas fechas entrañables?. En síntesis, digamos que una personalidad sobresaliente, como persona y como músico, un artista aragonés de origen, pero sevillano de adopción, del que henos disfrutado casi cincuenta años como maestro del supremo arte musical del supremo instrumento que es el órgano, y que hemos perdido en el presente año. De él y de su peculiar manera de ilustrar musicalmente la Navidad quiero ocuparme hoy, después de mese de silencio.

                                                                           

José Enrique Ayarra ante el teclado del órgano catedral de Sevilla
                                                          
José Enrique Ayarra Jarne, recio aragonés natural de Jaca, sacerdote, canónigo y organista titular del Cabildo Metropolitano Hispalense desde 1961, como también del magnífico órgano del Hospital de los Venerables, de cuya instalación por el gran organero alemán Grenzing fue responsable, este ilustre clérigo y genial músico, nos dejó la víspera del día de su santo, el 18 de marzo pasado. Con él desaparece una de las máximas figuras interpretativas internacionales del instrumento 'emperador', cuyos registros y secretos dominó a la perfección. 

Ayarra fué niño prodigio en su tierra, que dio su primer recital de piano con cinco años y obtuvo el título de profesor de piano con sólo 11 años.Instrumentista de órgano destacado, dio infinidad de conciertos en más de 70 países. Fue también catedrático de órgano del Conservatorio Superior de Música de Sevilla, y, además, un incansable promotor de la difusión de esta música sublime y de la restauración de numerosos órganos históricos en España. Y grabó en CDs la obra más destacada, "Facultad orgánica", del insigne compositor sevillano de órgano e instrumentista del mismo en las catedrales de Sevilla, Jaén y Segovia, Francisco Correa de Arauxo (Sevilla,1584-Segovia, 1654). Como también grabó otro CD con música del Barroco y autores contemporáneos, Manuel Castillo.

















Dos grabaciones de José E. Ayarra: Correa de Arauxo y música barroca  

Pero estos aspectos son basante conocidos entre los devotos aficionados al más grandioso instrumento de cuantos existen,  el órgano, una orquesta en pleno desde sus tubos, por lo que no es mi intención extenderme en una biografía, sino glosar recuerdos menos difundidos de este insigne músico, del que pude disfrutar de una cordial amistad, desde los comienzos de su estancia en Sevilla, allá por los lejanos años 60 del pasado siglo, en que ejerció también como coadjutor de la parroquia de San Vicente Mártir. Mi remembranza de su figura va inolvidablemente vinculada a los ciclos de órgano montados por su iniciativa en los tiempos previos a los dos periodos mayores del calendario cristiano, Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua, en los que pudimos disfrutar del arte de los más ilustres organistas mundiales, él incluido. Pero, además, su recuerdo está unido estrechamente a las celebraciones litúrgicas de la catedral hispalense, y sobre todo, por su especial encanto, en los días grandes del tiempo navideño.


Adoración de Jesús por María y José
(Det. central del retablo catedral de Sevilla. s. XVI)

Como es norma en la liturgia catedralicia, las  misas capitulares de las fiestas navideñas: Natividad del Señor, Año Nuevo y Reyes, con los domingos intermedios, a las que asistí muchos años, tuvieron un sello de especial significado, gracias a la prodigiosa capacidad interpretativa y dotes de genial improvisador que concurrían en el P. Ayarra. La solemnidad de tales celebraciones se mantendrá, como es tradicional en el magno templo mayor de Sevilla. Pero, junto a esta grandeza celebrativa, sospecho y lamento que, posiblemente, no tendrán el sello intimista, popular y graciosamente encantador, como la visión de un hermoso Belén o 'Nacimiento', de tan tradicional presencia en hogares y templos cristianos. Esta impresión lograba Don José Enrique con su peculiar modo de acompañar el canto coral de las Horas canónicas, en especial las Laudes, que preceden a la celebración eucarística.

La sorpresa experimentada, al percibir la primera vez este delicioso detalle que voy a referir, me animó a conservar el recuerdo, gracias a la grabación, en un sencillo aparato de casette, algo que ahora conservo como una joya de valor impagable. Esta experiencia es la que me ha movido a evocar, con los términos del título, la actuación del ilustre organista, que para mí constituyó siempre un acontecimiento vinculado al enternecedor clima navideño.


El anuncio del ángel a los pastores de Belén

La eucaristía de cada día, va precedida, en los templos que cuentan con un cabildo, de la recitación o canto de los oficios de Lectura (los antiguos Maitines) y Laudes. En éstos últimos se alterna el canto de los versículos con breves interludios del órgano, a modo de adornos. Es aquí donde la soltura y genio impovisatorio del P. Ayarra, ponía un especial 'toque' de gracia navideña, como el paisaje de un Belén repleto de pastores camino del Portal, donde la Sagrada Familia esperaba sus sencillos regalos.

¿En qué consistía la actuación musical del organista capitular? Sorprendente: entre el pausado canto de cada versículo de los salmos por canónigos y coro, este fiel asistente a la celebración se encontró captado por un sonido que traía ecos y señales de montañas de corcho, caminos de serrín transitados por pastores y pastoras con sus frutas, corderos, gallinas o panes, camino del Portal, para dejar a los pies del Niño contemplado por los místicos ojos de María y José. Pero muchos de esos pastores llevaban también flautas, tamboriles y zambombas para cantar al recién nacido cánticos deliciosos que en los hogares cristianos cantábamos padres e hijos ante el Belén familiar: ¡Los villancicos!; una delicia entrañable, de gran variedad y estilo. 


Pues bien, esos cánticos de feliz y tierna evocación... ¡sonaban en el magno instrumento catedral sevillano, tañido por las manos geniales del canónigo organista!. No llegaba a interpretar el villancico entero, el tiempo era breve, pero los acordes propios del estribillo eran hábil y rápidamente desgranados, entre verso y verso de cada salmo: "Belén, campanas de Belén..", "Dime, Niño, de quien eres..", "La Virgen está lavando.."... Los más populares villancicos se hacían presentes en los tubos del órgano e imprimían al canto coral una frescura y gracia únicas. ¡Qué maravilla, Señor! Cuántos años me acerqué al coro catedralicio, al terminar la celebración, para felicitar y dar las gracias a Don José Enrique por el regalo que nos había hecho.

Pero no quiero terminar este recuerdo sin otra evocación navideña del gran organista, que tuvo un original detalle en el día primero de año, fiesta de Santa María, Madre de Dios. Al final de la celebración litúrgica suelen acostumbrar los organistas a interpretar alguna solemne y brillante obra, como cierre de la festividad. Ayarra lo hacía siempre y los asistentes esperábamos para disfrutar sus espléndidas actuaciones, que eran aplaudidas con entusiasmo. Las insignes obras de Bach, Haendel, Cesar Frank y otros grandes compositores encandilaban a los asistentes, como un postre exquisito.

Mas aquel año, tal vez el de 2003, mientras los celebrantes se retiraban del altar mayor, fuimos literalmente 'arrebatados' por los impresionantes acorde de los dos grandes órganos, que sonaban, digamos, ¡a toda pastilla!, con los vibrantes acordes, ¿de qué?...: ¡De la marcha Radezki!, la que marca el final del concierto de Año Nuevo en Viena. Fue algo sobrecogedor escuchar, gracias al vigor interpretativo del P. Ayarra, cómo el órgano nos regalaba esta obra de fama mundial con una grandiosidad y brillo que ya quisieran haber podido escuchar los maestros de la Filarmónica vienesa. Ni que decir tiene que los aplausos, al final de esta soberbia interpretación, sonaron largos y entusiastas.

concierto de mozart en la goldener saal de viena

Sala dorada. Musikverein de Viena

¡Navidad de Ayarra!: Ternura popular y brillante esplendidez ante y desde el gran instrumento catedralicio sevillano, para devoción y delicia de fieles e incluso turistas, gracias a unas manos y corazón de músico insuperable. Su recuerdo permanecerá inalterable en mi memoria, con gratitud y emoción de aficionado y amigo. Que el Señor le conceda gloria para seguir encantando a santos y ángeles en los órganos del cielo. Amén.



Órgano de la catedral de Sevilla 

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sábado, 5 de mayo de 2018

FLORES DE PRIMAVERA


LA PRIMAVERA HA VENIDO


Ahí están, un año más. Puntuales, precisos (y preciosos en su polícroma belleza), los lirios: blancos, morados ¡y amarillos! (jamás vistos hasta hace tres o cuatro años en el monasterio de Las Escalonias). Ahí se yerguen en lo alto de su tallo esbelto, que apuntan otros más, no muchos. No es sorpresivo, porque siempre se esperan, los espero.


Este año un poco más tarde: el frío y las lluvias persistentes han retrasado algo su floración, pero, en cuanto se ha suavizado la temperatura, tras la eclosión de las puntiagudas hojas, como espadas de doble filo, han aparecido esos tallos con su radiante mensaje primaveral en lo alto, que ha abierto la sencillez sublime de sus flotantes pétalos, que encierran la increíble finura de sus jaspeados dibujos interiores, casi ocultos por los dobleces de las suaves hojas en el arranque del verde cáliz. Un prodigio de belleza que no puede menos de remitir y evocar el poder del Creador, porque no se ha dado al ser humano, ni a un oculto y extraño germen la cualidad de acumular tal grado de hermosura.



Un año más, la creación, de la mano de su Hacedor, se hace presente entre el verdear de otras macetas, de las cuales irán apareciendo sus coloridas flores, como ya lo están esos maravillosos geranios pelargonios de flor con un rojo de vino tinto oscuro bordeada de blanco.


Tiempo de resurrección, como canta un himno pascual de Laudes: "La bella flor que en el suelo/ plantada, se vio marchita,/ ya torna, ya resucita,/ ya su olor inunda el cielo...". Estos lirios, extraídos de lugares que evocan recuerdos memorables: los blancos, un jardín sevillano; los morados, la subida al que fue Desierto del Calvario, cercano a Beas de Segura, primer destino andaluz de San Juan de la Cruz; los amarillos, el monasterio trapense de Escalonias y su campestre entorno propiciador del silencio. Todos ellos ponen su delicado mensaje, como expresión de una realidad que, de puro inesperada, se nos hace incomprensible. Y, sin embargo, ahí está, sutil, misteriosa, 'escurridiza', pero real.



Lirios primaverales, pregoneros de la estación que fascinó a los antiguos y renacentistas, antes de que comiencen a florecer los geranios con su múltiple policromía. Primero, blancos, mensajeros de un devenir que se renueva incesantemente, preludio de otros, de profundo color morado, como los que adornan el monte de los pasos de Crucificados que desfilaron en Semana Santa, escoltados por negros capirotes. Y, finalmente, amarillos, de un color radiante, pleno, figura de la luz del sol.



Mensaje de Resurrección, de triunfo de la vida sobre la muerte, del gozo sobre el dolor, aunque, en este caso invertidos en el orden existencial: primero el blanco y después el austero morado de los otros, que ya apuntan sobre la gráciles varas, mientras contemplo cómo los blancos, en pocos días, se van marchitando; destino que aguarda a los que florecerán seguidamente  y a esos radiantes amarillos, que aparecen en último lugar. Aparecer, lucir brevemente, pocos días, y marchitarse: Triste realidad de la naturaleza feneciente, imagen del fenecer de nosotros mismos, pues no escapamos los humanos a la ley del vivir para morir, que afecta a todas las criaturas vivientes. Por ello, la fascinación que suscita su belleza no puede convertirse en soporte de la existencia. ¿Qué es lo que perdura, definitivo, lo fiables? Los creyentes nos dirigirán a Dios, sin embargo tan imperceptible, inasible, tan oculto en la inmensidad de su misterio, aunque durante un breve tiempo se hiciera presente, para marcharse "al inmortal seguro", como dice el poeta, y dejarnos sumidos en la sombra de los símbolos. Nuestra fe nos remite a un horizonte escatológico, de un futuro que debería suscitar esperanza, pero que llega a agotar la paciencia del esperante.... Pero no nos deslicemos a la consideración filosófica, y más de signo pesimista. Baste ahora detenernos en esta realidad bellamente fugaz, como la luz de la nueva primavera está destinada a pasar hacia el tórrido calor veraniego que agostará el frágil brillo de las flores.



Aunque, antes de despedirme, deseo aludir a otra flor, no por su condición primaveral, ya que se la puede encontrar en pleno invierno, sino por el mensaje luminoso que fulge en sus bellísimos pétalos de variedad colorida realmente incontable. Es el pensamiento, una flor de estructura muy sencilla, cinco pétalos, tres de tamaño algo mayor que aparecen como opuestos a dos algo más pequeños.



Y el color tampoco es uniforme; los tres mayores lucen un color en su zona central, rodeada de otro que lo circunda, mientras que los dos menores tienden a mostrar un color que cubre todo el pétalo y suele ser de la misma tonalidad de la que tiene el centro de los pétalos mayores. Pero esto no permite hacerse idea de la variedad del colorido de estas flores, que no lucen un color uniforme, sino que muestran unos jaspeados y caprichosos cambios que causan asombro.


Tal ves sea la flor con mayor diversidad en el color de sus pétalos de tacto aterciopelado y de una luminosidad realmente asombrosa. Son flores que se utilizan para cubrir macizos ajardinados en la vía pública por la enorme variedad de sus colores, aunque la vida de la planta es muy efímera y no puede guardarse en maceta. Más que estrujar el magín intentando una descripción veraz, basta mostrar alguna de estas flores de increíble belleza, que nos remiten sin duda a la maestría del Autor de tales prodigios.



Pensamientos, flores que acaso tengan este nombre alusivo a la inabarcable variedad de las ideas que destila la fantasía e imaginación de la mente humana y a las múltiples facetas de las mismas. Mensaje de perenne primavera en cualquier espacio en que se las encuentre.  


sábado, 6 de enero de 2018

MANIPULACIONES NAVIDEÑAS

Los Reyes Magos

Tal vez sea la Navidad, su contenido, acontecimientos y personajes, la realidad que más aviesa y torcidamente se ha manipulado de cuantas nos ofrece la tradición cristiana. También la Semana Santa, aunque menos, tan abrumador y dramático es su contenido. Lo que se ha hecho en este último caso es prescindir sin más de todo ello y convertirla en una oportunidad para escapar hacia horizontes totalmente extraños, que ofrecen perspectivas, digamos 'mundanales', divertidas, ajenas a cualquier significado religioso-espiritual: o bien se toma el lado 'cultural' de la celebración como expresión histórica de una realidad (la fe en la Redención) que se estima superada y de la que sólo quedan las apariencias de un tipismo de tintes 'folklóricos'.

La Navidad es otra cosa (peor). El proceso de su desvirtuación y transculturación es mucho más integral, dado que los matices que esta festividad nos ofrece son muy diverso y ricos en significado, pero todos con un evidente contenido sacral, religioso y más precisamente, cristiano, una realidad que pugna y choca con el sentido mundano, desacralizado de la vida actual. La herencia festiva se ha mantenido porque está enraizada en el subconsciente de la civilización y del hombre occidental, pero se ha ido desvinculando de su origen sagrado y desviando hacia una manera de tener unas vacaciones lo más divertidas posible en lugares muy alejados y extraños con los entornos vinculados a la Navidad en su significado cristiano. En ésta, como en ninguna otra, se ha dado el trastocamiento integral de la festividad, que ha pasado a un significado de tinte absolutamente profano, salvo un aspecto muy peculiar: la costumbre de hacerse regalos, mantenida por su cualidad de contraprestación o intercambio, pero vinculada a eventos carentes de significado religioso (la Navidad como simple ocasión festiva, el año nuevo, o la aparición creciente del 'fenómeno' anglosajón y nórdico de Papá Noel, también propicio para la trivialización de esa imagen de 'abuelo generoso').

Pero quiero incidir, sobre todo, en un aspecto de la Navidad que ha sido objeto de la más redomada manipulación, desvalorización y trivialización. Es el tema de los Reyes Magos, que, en realidad, se comienza a desfigurar con la asignación de la condición regia a aquellos sabios, cualidad que no tiene el menor apoyo bíblico. 


Este acontecimiento, de gran profundidad cristológica y ámbito universal, con el que culmina el ciclo litúrgico de Navidad, se ha desvirtuado de tal manera que no hay quien lo conozca. Reducido desde muy antiguo a su dimensión de regalos, basándose en los obsequios ofrecidos por los magos al Niño Dios, con el triple significado que les hemos añadido, como Rey (oro), Dios (incienso) y Redentor, sufriente (mirra), adquirió un tinte algo sensiblero, infantiloide, o bien de obsequiosidad entre adultos. Así ha permanecido largos años, mezclado con temas de fantasía en las clásicas cabalgatas, aunque sin perder del todo su significado 'epifánico' en el mundo cristiano. 



Pero la invasión creciente de una mundanidad carente de la menor visión trascendente de cualquier realidad, que desvirtúa todo signo religioso hasta extremos que bien pueden considerarse insultantes, como los influjos recientemente recibidos de la malintencionada ideología de género y el falso feminismo rampante, todo ello ha acabado por desfigurar este hecho bellísimo, de calidad y dimensiones propias de un humanismo 'sobrehumano', si cabe el contraste.


En el acontecimiento de la 'aventura' de aquellos sabios, posiblemente mesopotámicos, que se sienten sorprendidos por un fenómeno astral impredecible y fuera de lo normal (la aparición de la estrella, sin entrar en modernas y eruditas interpretaciones astronómicas), y en la decisión de buscar a qué signo extraordinario puede corresponder tal hecho e intuir que hay una Alguien muy significativo, así como en su comportamiento al llegar a Jerusalén; en todo este conjunto de circunstancias aparece, como fenómeno humano predominante, la capacidad del hombre que honestamente cree en la existencia de la verdad y decide poner en juego sus recursos intelectuales y existenciales en esa apasionada búsqueda.


El camino hacia Jerusalén

Estos magos orientales ofrecen una imagen, una personalidad del mayor interés humano: son sabios pero reconocen que hay hechos que superan su saber, por tanto hay en ellos una sencillez que encaja perfectamente en la figura de persona que será objeto de alabanza por parte de Jesús en su jubiloso 'himno mesiánico': "Gracias de doy, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendido y se las has revelado a la gente sencilla" (Mt 11, 25) Estos magos son en el fondo gente sencilla, que no se ha engreído con y en su saber científico, y son capaces de ponerse a hacer un camino lleno de misterio e incertidumbre, pero que les lleva a un lugar donde creen que encontrarán un valor supremo, definitivo, que puede dar sentido absoluto a sus vidas. Y buscan, y preguntan humilde, sencillamente, cuando las cosas se les ponen difíciles. La última aparición de la estrella, una vez que se encaminan a Belén, es el 'premio' del "Dios desconocido", pero intuido, por su perseverancia. ¡Qué enorme contraste ofrecen estos sabios sinceros con los 'entendidos' doctores de la ley mosaica, que saben dar a los magos la orientación exacta según su saber, pero no mueven un dedo para seguir la 'llamada' que impulsa a aquellos hombre de ciencia de fe! Y no digamos Herodes el Grande, que procede con la astucia perversa del tirano aterrorizado ante un posible rey de superior grado.


La adoración de los Magos. Retablo del Monasterio de El Paular (Rascafría). s. XV.

¿Qué queda de esta formidable y sorprendente imagen mesiánica, que rebasa con mucho los límites del cerrado, estrecho y particularista mesianismo judaico de fariseos y saduceos para adquirir dimensión universal?; ¿qué queda en las ingenuas, y a menudo chocarreras figuras de tanto dibujillo humorístico y cabalgata donde se mezclan Reyes y Reinas Mag@s, para contentar, no ya a niños (que todavía puede aceptarse como expresión de pasajera 'inocencia' e ingenuidad infantil), sino a la desquiciada mentalidad de adultos poseídos de un odio y desprecio insuperables hacia todo lo que huela a sentido trascendente de la existencia? Y estos mendaces sujetos son, los que, a menudo, ocupan puestos de responsabilidad pública y organizan esos desfiles donde ha desaparecido el verdadero significado de tal acontecimiento.   

sábado, 30 de diciembre de 2017

ARTE Y EXPRESIÓN

Una vez más, este blogger carente de perseverancia en sus 'apariciones', se asoma a su ventana en un tiempo para él propicio, especialmente significativo, la Navidad. Y lo hace, de nuevo, con unas reflexiones inspiradas en la representación artística de los temas navideños de dos genios insignes de la pintura, Dominico Greco y Bartolomé Murillo. En ellos resplandece la cercanía al misterio del nacimiento del Hijo de Dios con matices muy diferentes. Eso es lo que me ha llevado a tales consideraciones. 


Dos artistas navideños: EL GRECO Y MURILLO.

Cuando se contempla la obra de los grandes artistas advertimos que cada uno de ellos puede quedar relacionado con diferentes aspectos de la expresión artística, como si se hubiera hecho, en cierto modo, 'especialista' en una dimensión determinada.

Mi familiaridad con la pintura del Greco me ha hecho asociarlo con el misterio y con la vida interior. El Greco, ya lo digo en mi mensaje navideño de este año, es un artista cuyos personajes resultan vibrantes de vitalidad, están 'hablando', expresándose. No hay en ellos una actitud, de alguna manera, estática. Están viviendo en una clave determinada, el asombro, la ternura, la contemplación, el recogimiento o, simplemente, la 'presencia', pero una presencia viva, no 'cristalizada'. Los personajes que asisten al prodigio de la milagrosa sepultura del Señor de Orgaz en las manos de San Agustín y San Esteban, están quietos sin duda, pero sus rostros se encuentran vivos, expresivos; se miran unos a otros o nos miran, como el que se estima autorretrato del artista. 


Caballero, de Entierro del Señor de Orgaz (¿El Greco?)

Así ocurre en toda la obra del ilustre cretense, aunque esa vibración existencial se patentiza más en unos lienzos que en otros. Por ejemplo, como conjunto, en los que compusieron el magno retablo del Colegio de doña María de Aragón, hoy desmembrado, y uno de sus lienzos más bellos (la Adoración de los pastores, donde nos cautiva una casi adolescente doncella María -con la misma modelo que en la extasiada de la Encarnación-), esa pintura sublime se halla 'perdida' en el museo de Bucarest (¡qué delito haber dejado perder tal obra!). 


El Greco. Adoración de los pastores. Museo de Bucarest.



Detalle del anterior. Rostro de la Virgen María

Pues bien, el Greco es el pintor del misterio, pero un misterio 'palpitante'.

Este año a punto de entrar vamos a celebrar un importante centenario, el del nacimiento de uno de los artistas más significativos de la pintura española, Bartolomé Esteban Murillo, tal vez, junto a Zurbarán, el más ilustre del periodo barroco, ya avanzado el siglo XVII.



Murillo: Autorretrato.

Murillo es, igualmente, un pintor cuyos personajes resultan palpitantes, llenos de expresividad. Pero, si atendemos a su temática, podemos considerarlo, además del pintor de la Inmaculada, como el de la Virgen Madre del Niño Jesús. Ahora que nos encontramos en tiempo de Navidad, la figura de Murillo sobresale de modo descollante en el tratamiento de ese tema. La Virgen María, a menudo con un aspecto de mujer de más edad (no mucha, pero sí mayor que, por ejemplo, las vírgenes del Greco, y no digamos de los cuatrocentistas italianos o los alemanes). 

Murillo: Descanso en la huida a Egipto, con ángeles..

María en escenas navideñas: la adoración de los pastores, la huida a Egipto o bien ella sola con el Niño, como la famosa Virgen de la servilleta (en el museo de Sevilla) y, en todo caso, acompañada de ángeles, como la Virgen de la faja.

Estas madres vírgenes murillescas tienen una vibración diferente a las del Greco, tan recogidas, tan contemplativas. Aquí aparecen como madres reales que, o bien muestran su precioso Hijo (Murillo es un pintor de niños realmente genial y delicioso, con una belleza que no logran otros muchos artistas -mencionemos una vez más al Greco, en este caso para advertir su escasa fortuna para pintar infantes-. 

Murillo: Imagen de María en la Sagrada Familia del pajarito

Así como en sus Inmaculadas -salvo la grande- y en otras pinturas de jóvenes doncellas el artista sevillano nos presenta unas preciosas muchachas del pueblo llano, en las vírgenes madres ofrece unas hermosas figuras femeninas, jóvenes pero ya granadas, impregnadas del halo de una maternidad muy humana, sin 'elevaciones místicas'; en Murillo se patentiza como en pocos o casi ningún artista, la realidad de la Encarnación del Verbo, en la que se refleja ese apabullante misterio de la ocultación de la divinidad en la humanidad de Jesús. Y lo mismo en su Madre.



Murillo: Detalle de la adoración de los Magos.

Esta María madre de las escenas murillescas es, sencillamente, una mujer del pueblo sevillano -guapa, eso sin duda- pero trascendida de una humanidad muy cercana, muy, insistamos, 'real', sin que ello signifique que las figuras de otros artistas, como el Greco, son 'ficticias'. Tal vez por ello los lienzos de este gran pintor del barroco andaluz, español, han sido preferidos para reproducciones muy variadas, en gran parte con carácter devocional, o para los hoy desaparecidos 'cristmas' de felicitación navideña, porque expresan una devoción 'cercana', que capta poderosamente la atención del contemplador y le hace vibrar con la consciencia de la proximidad, la presencia inmediata del Dios hecho hombre -y con una madre- en su mundo más personal y diario.        

lunes, 11 de septiembre de 2017

TESORO ESCONDIDO


LA JOYA ESCONDIDA (*)

          El título trae el recuerdo, a quienes tengan cierta familiaridad con los textos evangélicos, de una de las más célebres parábolas de Jesús, la del tesoro escondido en el campo y la perla preciosa. Pero no es ese el referente de nuestro tema. Hace alusión, más bien y simplemente, a algún tesoro que permanece cuidadosamente, incluso, diríamos, celosamente reservado, fuera del fácil acceso para el público en general. Y no es algo que se tiene oculto por un prurito de celosa propiedad, sino, sencillamente, porque su conocimiento no se halla al alcance de la gente. Sólo quienes se adentran en el ámbito donde el tesoro permanece pueden conocer y contemplar (porque este tesoro es más bien un 'objeto de contemplación' que una alharaca altisonante o parte de una secreta parafernalia). No hay tal complicación. Es una realidad que las personas que pueden entrar en un determinado recinto (que ya de por sí es algo excepcional) encuentran perfecta y sencillamente accesible.


Monasterio de Santa Mª del Parral visto desde Segovia

          
Pero, a todo esto, ¿de qué estamos tratando? ¿Cuál es o dónde se encuentra esa joya, si no está tan escondida?. Muy sencillo. Nos referimos a un monasterio, un espléndido monasterio, de los más insignes que hay en España: Santa María del Parral, situado en la misma ciudad de Segovia, en su cinturón exterior a las murallas que todavía en gran parte circundan la monumental ciudad. Mas al reparar en la identidad de este lugar de cualidades singulares, al que ya dedicamos tres ocasiones anteriores, al rememorar lo que ahora pretendemos glosar echamos de ver que más que encabezar este escrito con el término 'joya' debemos decir 'joyero' o 'joyel', porque. no la joya, sino en plural, las joyas escondidas se encuentran en el recinto de este monasterio, en espacios diferentes y, de manera destacada, en su capilla interior, de la que sólo 'disfrutan' los miembros de la comunidad jerónima y los escasos huéspedes que los acompañamos en su diaria jornada.

          Joyel o joyero, exquisito estuche de joyas múltiples constituye el monasterio segoviano. Entrar, como espacio más destacado para inspirar esa imagen en la preciosa capilla interior, situada en el claustro grande, es una experiencia de singular valor.

                  
                  Capilla interior. Cabecera
   
                                                                                        Pies de la capilla interior
         
           La capilla es muy espaciosa y cuenta, como elementos fundamentales con el altar y la sillería, ésta de total sencillez y funcionalidad, dividida en dos espacios, el destinado a los monjes y el resto, en el que nos ubicamos los huéspedes o visitantes que acuden a la celebración del Oficio de las Horas o la Eucaristía. Hay a los pies dos como arcosolios de arquitectura mudéjar, arcos ojivales con gruesa bordura de ladrillo rojo. En su interior se hallan situados dos órganos pequeños, que cumplen la función de armonizar el rezo, siempre cantado, del Oficio Divino. En el centro se hallan tres sillas, la del Prior y una a cada lado. Delante de ellas hay un sillón sobre tarima, para el que preside la celebración eucarística, con otros a cada lado. En un lateral, bajo el triple ventanal doble, de trazado ojival, se sitúa el ambón o atril, en el que se proclama la palabra de Dios. hasta aquí los elementos de un mobiliario básico, necesario en toda capilla de un recinto monástico donde se realiza la vida litúrgica de la comunidad. 



Capilla interior: Crucifijo que la preside (s.XVI)

          Como es lógico, la capilla se halla presidida por un valioso Crucificado de estilo sobriamente renacentista, con la imagen de Cristo muerto en posición muy vertical, sin 'descolgamiento', y la cabeza levemente inclinada hacia delante. Bajo esta imagen, el sagrario; pero éste entra ya en el carácter de joya, la más excelsa de las que pueblan la capilla.

          Porque, nos preguntamos: ¿qué es lo que confiere a este recinto monacal la condición que hemos calificado de 'joyero'? Sin más preámbulos, se debe a la infinidad de preciosos objetos y detalles, muchos de pequeño tamaño, que cubren paredes o descansan sobre mesas, consolas (ya éstas, por su belleza antigua, son calificables como joyas), en las diversas dependencias del monasterio. Este singular fenómeno se debe a una circunstancia histórica respecto a la ilustre Orden de San Jerónimo, que habita el recinto monacal, aunque no es su propietaria, pues el monumento histórico-artístico pertenece al Patrimonio del Estado desde la restauración de la Orden a comienzos del pasado siglo.

          Entremos en detalle. Sin extendernos en aspectos históricos, que han sido expuestos en otros 'capítulos' de este blogg, digamos que desde la 'resurrección' y expansión en España de la Orden jerónima, por obra del beato Manuel de la Sagrada Familia y la ilustre abadesa, madre Cristina de Arteaga y Falguera, la rama masculina de aquella logró establecer comunidades en tres antiguos monasterios que fueron de la misma Orden: El Parral, en Segovia; Yuste, en Cáceres, Santiponce, en Sevilla y, como nuevo, Javea, en Valencia. La escasez de vocaciones ha obligado a ir reduciendo presencia, y actualmente sólo permanece en el emblemático monasterio del Parral una reducida comunidad, en gran parte con miembros de precaria salud (sólo en el año en curso de 2017, han fallecido dos monjes, uno de ellos, fray Ignacio de Madrid, figura de histórica relevancia en el moderno periodo de la Orden.


Valiosa imagen de San Jerónimo penitente, que procede del monasterio de Yuste

          Es, precisamente, debido a esta reducción de recintos, con el traslado de los bienes que se podían transportar al monasterio del Parral lo que ido reuniendo en el mismo multitud de imágenes, pinturas y los más diversos objetos, todos ellos de una belleza notable, y ha dado lugar a que en el Parral se muestren muchas de tales joyas, que convierten al monasterio en un auténtico joyero, pero oculto, escondido para la mayoría de quienes no se encuentran en el recinto monacal, pues la visita turística se limita al gran vestíbulo de entrada y pequeño claustro subsiguiente. 


                                      Capilla interior: Bajorrelieve en óvalo y dos iconos
          
Pero, vayamos al 'meollo' de nuestro objetivo: El joyero contiene el mayor número de preciosos objetos en la capilla interior, en la que se desarrolla, como hemos dicho, la actividad litúrgica de la comunidad jerónima. Con el transcurso del tiempo, en sucesivas estancia hemos podido observar cómo han ido aumentando las más variados figuras, desde imágenes de tamaña poco menor del natural hasta iconos, candelabros, pinturas, medallones con imaginería tallada (tal vez procedentes de antiguos retablos desaparecidos) y un largo etcétera que no precisamos para no incurrir en reiteración. 



Capilla interior: Indicación del lugar como coro

      El resultado es que a la primitiva desnudez de las pareces ha sucedido una gran profusión de objetos que no tiene sólo un carácter de adorno decorativo: los hay que cumplen una función. como, por ejemplo, los apliques de madera dorada, que en su parte superior representan cabezas de águila y tienen soporte para dos velas, ambos tienen una leyenda en su cuerpo central que indica: "Hic est chorus" (Este es el coro). Tales apliques figuran efectivamente, a cada lado de la capilla, por encima de la sillería que cubre la casi totalidad del espacio. Es sólo un ejemplo entre los muy variados objetos. 



                 Capilla interior: el ambón 


                                                                                Capilla interior: Lugar de la Biblia

        Otro elemento que destaca por su belleza es el ambón desde el que se proclama la palabra de Dios, tanto en la eucaristía como en las lecturas breves del Oficio de las Horas, Está habitualmente cubierto por un paño de hombros que varias según el color del Oficio litúrgico que corresponda. A su lado figura una mesa también cubierta con paño de damasco sobre la cual, en un atril, se encuentra colocada una Biblia abierta; por detrás rodean ese reducido espacio pequeños cuadritos de marco de plata y lo flanquean dos candelabros que se encienden en las celebraciones.





                                       Capilla interior: Imágenes de Santa Paula y San Jerónimo

          La capilla está iluminada por focos eléctricos de tipo led y por una gran lámpara de sencilla forma que cuelga del centro del artesonado. Pero, además, durante el día, la luz del exterior penetra por tres ventanales de forma ojival, los dos laterales de dos vanos y el central de tres. Delante de éste figura una imagen de Santa Paula, la eminente discípula de San Jerónimo, promotora de comunidades monásticas femeninas en Belén y su entorno, donde residía el santo exegeta, que en sus últimos años, tras su estancia en Roma como secretario del papa San Dámaso, practicaba allí también vida monacal de estilo casi eremítico (así lo ha representado la abundante iconografía dedicada a este santo, aunque añadiendo siempre la vestimenta escarlata de cardenal, cargo que no existía entonces). Del propio San Jerónimo se encuentra una espléndida imagen, semidespojado de tal indumentaria, al lado derecho del Crucificado que preside la capilla en una amplia y poco honda hornacina de fondo cubierto con damasco de color rojizo. Y a la izquierda del mismo Cristo, en una pequeña hornacina de madera tallada, se encuentra la insigne y antigua imagen de la Virgen del Parral, una pequeña figura románica de Virgen sedente, con Niño Salvador en sus rodillas. Es una valiosa talla de rasgos un tanto inexpresivos, aunque serena y apacible. 




Santa María del Parral, titular del monasterio (s. XIII)

          Esta imagen es la que se veneraba en una ermita exterior a Segovia, en plena Edad Media, bajo una frondosa parra que, según el P. Sigüenza, gran historiado de la Orden Jerónima, daba "huvas harto sabrosas", de las que él cogió varios años. La ermita y todo su entorno, propiedad del cabildo catedral de la ciudad, se compró por deseo de Enrique IV, entonces todavía príncipe heredero de Juan II, para construir en ese extenso terreno el monasterio que recibió el título de la Imagen. Y ante ella, con resto de la capilla a oscuras, se canta, en su latina versión gregoriana, la Salve con la que culmina el Oficio de Completas.

          El altar es una pieza pétrea de gran tamaño, exenta, y se cubre con los manteles que exige la liturgia del día, sobre los cuales se coloca un gran paño de tejido adamascado. Bajo la meritoria imagen de Cristo se encuentra el Sagrario, una estructura constituido por una hermosa pieza de orfebrería barroca sobre pedestal, que tiene a cada lado unos jarrones dorados, también de vistosa orfebrería. 



Capilla interior; Sagrario flanqueado por jarrones de orfebrería

        En las celebraciones se encienden los gruesos cirios colocados en candelabros de pie, dos a cada lado del altar y otros dos ante las imágenes de la Virgen y San Jerónimo.




Flores ante la Virgen del Parral y macizo floral en el jardín
         
          El adorno floral es generoso, como puede apreciarse en la fotografía del ambón, y llega a la exuberancia en los días festivos, con jarrones delante del altar y ante las imágenes principales. como la de de la Virgen titular. Para ello cuentan en el gran jardín-huerta del monasterio con extensas masas de las más diversas flores que aportan su colorida belleza al conjunto y a los adornos de la capilla y la iglesia mayor, donde también se colocan para la misa solemne de domingos y festividades, jarrones que se trasladan después a la capilla interior y que de igual modo se colocan ante la bellísima imagen mariana que luce en un rincón del claustro, cerca del refectorio y ante las sencillas losas que cubren las actuales sepulturas de los monjes, sin epitafio ni nombre alguno.



Pequeña capilla colgada en un rincón del claustro e imagen de la Virgen, adornada de plantas 
          
      Mas no sólo en la referida capilla interior encontramos detalles preciosos. Otras dependencias del cenobio lucen objetos de fina belleza. Salas de reuniones, locutorios e incluso un espacio tan secundario como es reducido vestíbulo que da acceso a una sala y donde se halla la puerta del ascensor que conduce a los pisos superiores, se encuentran adornados con cuadritos y relieves, así como muebles antiguos, tal vez procedentes de algún regalo familiar.



"Reliquias-joya" en una dependencia 

       Así como el largo pasillo de la hospedería, en la 2ª planta, se adereza con muebles, arcones y objetos diversos, alguno de originalidad tan singular como una pequeña vitrina en cuyo interior se ha reproducido una ingeniosa cueva de Belén, de rocalla, donde hace su ejercicio de penitencia un San Jerónimo, ante el Crucifijo y la calavera. La cavidad se ilumina con luz de anclaje invisible. El pequeño, digamos, relicario iconográfico es de una lindeza y perfección tal en todos sus detalles que cautiva la atención del que pasa por delante e invita a la contemplación del memorable santo eremita.
        
                       
                                             
                                                     Pequeña gruta con San Jerónimo

          Y, con referencia a este exquisito detalle, hay que reseñar que en el diverso y variado conjunto de elementos llamemos 'devocionales' que se encuentran en todo el monasterio, la imagen del Santo Patrono de la Orden se lleva la primacía de una manera casi abrumadora: Pequeñas capillas iluminadas por claustros y estancias, así como imágenes exentas del más vario tamaño y figuración encontramos en todas y cada una de las dependencias, sacras y de uso digamos 'doméstico', del monasterio segoviano, con una notoria diferencia respecto a monasterios de otras órdenes. Si acaso, podríamos mencionar la cierta profusión de imágenes de San Benito y Santo Domingo de Silos en el monasterio que lleva el nombre del último, su refundador ilustre, mas sin llegar a la abundancia de la imaginería jeronimiana que hallamos en el Parral.


Sala de reuniones, que preside un Crucifijo del s. XIV, e Inmaculada en el rincón

          En conclusión, este venerable recinto monacal reúne tal cúmulo de excelencias del más diverso carácter, tal como glosamos en pasadas entradas de este blogg el pasado año, a las que hemos querido añadir estos comentario de tan singular cualidad como implica su cuidado y bellísimo exorno con infinidad de preciosos detalles ornamentales; un tal conjunto de cualidades, que no agobian sino que hacen más grata la estancia del huésped. A ello debemos añadir la excepcional predominancia del silencio como rasgo ambiental. Todo lo cual hace del monasterio de Santa María del Parral lugar idóneo, como pocos, para vivir una estimulante y regeneradora experiencia de hondo recogimiento y contemplación. Una auténtica gracia de Dios.  

(*) La abundancia de fotografías es una breve selección para testimoniar lo que narra el texto.